LA NIÑA QUE VIVE EN MÍ

La niña enferma que hay en mí me reclama,
solloza pesarosa en mitad de la noche,
la tristeza implacable le atenaza
y me llama con gritos desconsolados.
Se que me necesita aunque yo quiera huir,
pero los pensamientos me conducen de nuevo,
a lugares que creía olvidados…
Y la madre que hay en mí,
se compadece de su dolor,
ofreciéndole el necesario abrazo.
-¿Qué te pasa mi dulce niña?
-Otra pesadilla, pensé que te habías ido- me dice
repentinamente aliviada por mí presencia.
-Sigo aquí nenita, nunca voy a marcharme-contesto tranquilizadora.
¿Te duele algo?
-La tripita
Y se perfectamente que es, esa angustia que atraviesa el alma
y duele en el centro del corazón.
Por un momento me irrito pensando: “otra vez lo mismo”
Entonces el dolor se hace más persistente,
me obliga a reflexionar y conjeturar,
que efectivamente es necesario,
volver a aquel momento,
para valorar que nada tiene que ver con el presente.
Que la historia no va a repetirse,
y que las separaciones temporales,
son solo eso y que además ayudan,
a la independencia de las personas.
Pero la niña interior que vive en mí,
a regañadientes acepta esto y se queja,
buscando mi eterna compañía.
Y cojo sus manitas, de quizás 7 u 8 años,
empapándome de su pesar,
para poderle transmitir la esperanza,
que presiento pide con cada gesto.
-Tranquila, mi cielo- le susurro.
Será solo un ratito…
Cálmate y respira,
recupera el sueño y la tranquilidad,
así la tripita sanará.
Y ella me mira un poco más sonriente,
confiada de mis palabras, mi fe y aparente seguridad,
tratando de sacar de sus sueños los temidos monstruos,
e intentando abrir los ojos a una nueva luz.
Permanezco a su lado, en el borde de la cama,
inmensamente agradecida de su presencia,
porque me hace ser más humana.
Le perdono estos días y le acompaño en la vigilia,
abandonándome a lo que surja en mi mente.
Y recuerdo la conversación de la mañana en el tren,
con el amigable terapeuta argentino,
que comparte mi trayecto y me anima el viaje,
regalándome una frase: “debemos mirar siempre para adelante”.
Así ha de ser concluyo y por un instante, dejo un poco de lado
a la niña que habita en mí para echar un vistazo alrededor…
Y no puedo por menos que sentirme emocionada,
por la gran suerte de tener a mi linda hijita,
que me ayuda día a día a mejorar,
aunque a veces ello,
me obligue a revisar creencias,
retornar a mi niñez y curar
a la pequeña y dulce niña que vive en mí.

VALDEMORO

Valdemoro amanece…
Como cualquier lugar tal vez,
pero con aires de antaño.
Sus tejas se tiñen de colores de otras épocas,
iluminadas  por el profundo destello,
de los rayos que apenas despiertan.
Valdemoro bosteza…
Sintiéndose villa de ferias y ganados,
rescatando los recuerdos,
de fiestas y corridas taurinas,
con el pensamiento de que siempre,
será verde y luminoso,
como un campo recién segado.
Valdemoro se levanta…
Con paso firme y decidido,
evocando en cada calle o fachada,
el esplendor de su día a día.
Resurge del letargo del sueño,
de la noche acompasada y lluviosa,
buscando matices en la frondosa naturaleza.
Valdemoro almuerza…
Con gente que pasea y visita,
sus múltiples edificios.
Escucha los murmullos de noticias
presentes y futuras,
en la aparente quietud
de su espíritu inanimado.
Valdemoro sestea…
Mientras el calor de las casas,
inunda sus calles frías de invierno,
pero siempre hospitalarias,
al peregrino que llega,
buscando en su historia
ecos de duques y reyes.
Valdemoro atardece…
Entre fogones y libros.
Se regocija con las risas y juegos de los niños,
que siembran de alegría,
sus paseos y avenidas.
Se prepara y recoge presuroso,
la cosecha fértil,
de otra jornada más de dulce sosiego.
Valdemoro duerme…
Con ruedas de carro y sillas de mimbre,
Agradeciendo y reviviendo cada segundo,
de lo que fue, es y será.
Se despide con amor y cariño,
sin olvidar jamás, que bajo el lustroso pavimento
se esconde el corazón de un humilde y cariñoso pueblo.